Animal Sospechoso n. 1
Galileo Galilei
Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo
Giornata prima
Sentados en dos círculos antagónicos, los integrantes escuchaban atentos al pirata improvisado quien hacía las veces de vocero del grupo que llevaba la batuta: «De La Habana viene un buque cargado de…», decía su estribillo náutico más o menos invariable que fijaba el abanico de las posibilidades temáticas. Antes de que la clepsidra terminara su acompasado derrumbe arenisco, en plena altiplanicie andina a más de mil kilómetros de la geografía coralina, el juego de las adivinanzas portuarias disparaba el vocabulario más o menos exótico de los objetos posibles entre los que tendría que hallarse la palabra acertijo. El abanico se extendía en su flexibilidad desde las papayas, piñas y habanos, hasta los nombres de tribus indígenas y libros de cronistas más o menos conocidos. Si la adivinanza llegaba a buen puerto y el círculo contrincante acertaba, entonces el siguiente grupo tomaba la voz cantante perdida y acoplaba una ciudad costera alejada de La Habana y hacía repetir la coda al pirata improvisado: «De Cartagena sale un buque cargado de…».
Tiempo después, cuando aprendimos cómo bautizar la noche con un reguero de vino deplorable o con mareadas de almizcles que envilecían el sentimiento, dejamos que creciera esa sensación extraña, análoga al juego marítimo de los calambures portuarios, que dejaban los volúmenes escritos en español provenientes de otras latitudes y nos embargara, haciéndonos sentir hermanastros de muchos autores que escribían en una lengua parecida pero distinta que, a la larga, parecía como tocada por una vieja resaca de piedras nocturnas que la hacía cercana pero extraña.
Así la lengua española –o castellana según el profesor de gramática en la era escolar–: océano siempre presente aunque propietario de latitudes y distancias que producen cierto extrañamiento. Y así crecimos, creyendo en ese soliloquio de cada uno de los clanes dialectales, pegados como una rémora a la panza de un vehículo que atraviesa enormes distancias salinas, sin sentirnos del todo vecinos o extranjeros sino sabiéndonos habitantes torpes y lúcidos de una ciudad apócrifa de Marco Polo, familiares siameses y a la vez antípodas de un doble de vocabulario similar, aproximado.
–Pero a cada uno su soledad–, diría con razón monsieur Gaston Bachelard. Bien explica en uno de sus escritos centinelas cómo se hizo anacoreta aprendiendo de la soledad de los otros, compartiéndola con la imagen que de ésta le ofrecían sus autores preferidos. De toda esa argamasa de sentimientos la ceniza que queda es la poesía, ese animal sospechoso (Nicanor Vélez, José Ángel Valente o el movimiento de la materia. Rosa cúbica, 21/22. Barcelona, 2001) por quien es mejor no hablar y, sobre todo, a quien no hay que defender desde las graderías, puesto que él mismo lo hace mejor que tratados, poetas y vanos ejercicios de reivindicación.
Una vez soltadas las amarras y levadas las anclas, sin querer descubrir de nuevo las ciudades de Gog y Magog (Ung y Mungul según los primeros visitantes de esa región imaginada) y sin querer deslumbrar con finos paños de oro o de seda, ni con hermosas cuentas de lapislázuli, abandonamos a su suerte este primer cargamento de palabras venidas desde Bogotá, Galicia, Santo Domingo y Córdoba en las voces de Javier González, Chus Pato, Alexis Gómez Rosa y Neus Aguado.
Por ahora concluyamos con esta larga letanía. Ángel o demonio, animal sospechoso quiere pertrecharse en la sombra, como bestia de la maleza, en este idea: hacer respirar, desde sus páginas, a esa Laye babélica, última Thule ciudad del extranjero y escuchar desde la calígine esa extraña algarabía, a veces imperceptible, aludida al comienzo de este texto: como en la espesura, cuando el follaje no permite aún divisar el caudal en su caída de piedras y guijarros, pero deja intuir con claridad el rumor del agua golpeando los peñascos.
Sin embargo, más que una travesía, este primer número puede considerarse como un bautismo mexicano: Mañanitas mexicanas, nuestro dossier, lo debemos a la iniciativa del poeta Margarito Cuéllar quien, desde el castigo, o bendición, del sol de Monterrey, dio vida a una serie de iluminaciones y préstamos que fueron sumándose uno tras otro como eslabones, hasta conformar la cadena entera. Así llegaron Myriam Moscona, con sus semblanzas de Elsa Cross, Gloria Gervitz y Elva Macías; ellas mismas, con sus poemas y su atención a nuestros múltiples requerimientos, y Jeannette L. Clariond, con la prontitud con que nos hizo llegar su entrevista a Ricardo Yáñez. Y como todo bautismo –y toda fundación– requiere de una sombra tutelar para su primera ceremonia, no podemos omitir al Rimbaud evocado por Javier González, quien, desde la humedad y el alboroto bogotanos, nos adentra en ese género ambiguo de la hagiografía rimbaudiana y nos recuerda la actualidad de ese «muchacho que puso los propios caprichos por encima del oficio».
No se hable más: ya se acerca esa encantadora y fina dama salvaje que alebresta las voces de la penumbra, que propicia la fiesta como una «cabalgata en medio de la siesta» Pierre Clastres. Investigaciones en antropología filosófica. Barcelona, Gedisa, 1981.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home